Tomé tus caderas mientras levantabas tus brazos a mi cuello, tomándome de la nuca me llevaste a ti. A tu piel encendida. Mis labios fueron recorriéndote todo el largo de tus hombros, dejando en ellos la marca que me hace tu dueño. Mis brazos te rodean, se amoldan a tus senos, a tus ardientes botones que se yerguen reclamándome.
Bajando lentamente por tu cuerpo, rozando tus vellos que se erizan bajo el influjo de las palabras que susurro en tu oído. Llevo mis dedos a tu entrepierna, donde ya tus deseos mojan tus labios. Acaricio con tacto, remojo mis dedos en tu miel y los llevo a mi boca para enseguida besarte con ése sabor a ti que tanto nos gusta.
Regreso a tu manantial, acariciándote, llevando tu placer al punto de los gemidos que tu boca exhala introduzco mis dedos sin previo aviso, sintiendo como toda tú te envaras de placer. Tomo tu mentón y te obligó a vernos en el espejo frente a nosotros. La lujuria se instala en tu mirada y la perversión en la mía.
Sonreímos, disfrutamos viéndonos en ésta aura de placer que nos engulle incendiando nuestros cuerpos.
Sin prisas y con alma vamos en ésta pendiente que se eleva, en ésta montaña de gozo y pasión sin retorno. Saciando nuestras ganas de tomarnos, de domarnos y dejar nuestra huella indeleble uno en el otro.
Encerrados en éste cuarto nos entregamos al instante en que nos volvemos instinto y sed, dónde sin pudores chocan las fuerzas naturales que somos. Reafirmando que solo somos tú en mi y yo dentro de ti.
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